Algo me dice que hoy será un día largo. Amanece temprano, y eso me calma, siempre he oído que a quien madruga Dios le ayuda.
Los días se suceden y el invierno avanza. Y con él, el frio, que se apodera de estas montañas.
Pero no podemos sentarnos a esperar.
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Aquí la vida sigue, y sus habitantes son claro ejemplo de ello, en estas tierras altas, no se pueden permitirse el lujo, de no ir a trabajar.
Así, dejamos las escusas de lado y tomamos ejemplo, saliendo a la ruta.
El frio y la nieve no facilitan el avance, que digamos.
Y poco a poco, todo comienza a congelarse.
Ascendemos al que será el último paso de estas montañas, para introducirnos en el Valle de Wakhan y con un poco de suerte tener un receso del frio.
Ya llegamos. Lo logramos. A más 4000 msnm, ahora solo queda bajar.
Tras el paso toca el descenso, pero la noche nos alcanza.
Unos pastores, nos ofrecen cobijo en su cobertizo. Algo de té, pan duro y mantequilla. Y mucho calor humano. Hicieron de la velada, una apacible estancia.
Amanece temprano y del otro lado, se aprecian los nevados de Afganistán.
Caravanas y mercaderes aun transitan esta vieja ruta de la seda. Para algunos, olvidada, parte de la historia. Para otros aun presente.
El descenso es sobrecogedor. Haciéndote sentir bien pequeñito ante tanta magnificencia.
Poco a poco, nos adentramos en al valle de Wakhan, y los nevados descubren su color.
Ya en el valle, nos acoge un tardío otoño aun lleno de color. Es el momento de descansar y recuperar fuerzas.
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