Un ir y venir.
Tras mi escapada a Tonga, por motivos de visados. Elegí regresar a Nueva Zelanda, volver la misma playa, como punto de partida.
Intentando encontrar mi equilibrio.
Acá reencontré memorias, nostalgia y recuerdos, de muy buenos momentos.
Compartidos con un gran equipo.
Quizás, el mejor de los equipos.
Pero, era el momento para estar con uno mismo.
El momento de salir a explorar, los rincones de esta tierra.
La Pacha, también comenzaba un nuevo ciclo. Un nueva aventura, a manos de unos nuevos amigo.
Y Poderosa y yo nos reencontramos.
Un poco de grasa por aquí.., un chorrito de aceite por alla..., algo de presión en las ruedas...
Impaciente, relinchaba de alegría.
Volviamos a las andadas.
Así, como todas las mejores desiciones. Sin pensarlo demaciado, simplemente escuchando a nuestros corazones, saltamos a la ruta, a la aventura, a explorar estas tierras.
Queriamos conocer sus bosques.
Sus costas.
Y a los que habitan en ellas.
Acercandonos a ellos.
Adentrarnos en las montañas.
Y descubrir sus rincones.
Sumergirnos en sus lagos, de turquezas aguas.
Solo aptos para expertos nadadores.
Pero, quizás sean los verdes prados, los que brindan la más dulce de las miradas.
Pareciera que todo brillase con otra luz.
Definitivamente, una tierra hermosa. Llena de detalles.
En los que perderse.
Lindos paisajes.
Desde sus enigmáticas playas.
Hasta sus elevadas cumbres.
Y como todo en esta vida, tiene un inicio y un fin.
Que mejor lugar para decir hasta luego, que el mismo lugar donde todo empezó.
Definitivamente, New Zeland, es un lugar con encanto, que nos enseña a creer en los sueños, en fabulas, duendes y magia.
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